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Entre penumbras, la oscuridad espera hacerse dueña de la noche, mientras un par de locos juegan a amar. El sol finalmente se esconde, las penumbras desaparecen y la luz solo emana de esos dementes. La luna se asoma tímidamente, teme ser tentada por ese manjar. Las estrellas, una a una se despiertan, y de boca en boca pasan el chimento… el cielo se viste de fiesta, las musas engalanan cada minúscula porción del cosmos. Los locos no lo notan, siguen con su juego. Juegan a ser locos, mientras se aman en secreto.

El Elefantito Azul


Había una vez un pequeño elefante azul que soñaba con ser libre. Mil paredes de ladrillos lo separaban de tan anhelado objetivo...
Día y noche, el pequeño elefante no hacía más que pensar en cómo sería el mundo que lo esperaba allá afuera de esas mil paredes de ladrillo y, mientras lo hacía, miraba al cielo. De noche las estrellas le contaban cuentos del afuera, mientras la luna lo invitaba a pasear por aquellas fabulas, y el elefantito de esa forma se olvidaba de las mil paredes, las desarmaba como a un maní y corría entre las estrellas que le dibujaban las praderas y los ríos, los árboles y todo aquello que él nunca había conocido... Durante el día, el sol mandaba a las estrellas y a la luna a dormir, y le recordaba al pequeño elefante que las paredes eran mil.
Una noche, la luna le contó un cuento del otoño; le contó como los árboles perdían sus hojas en esa época. Le dijo que era como si los árboles se desintegraran por completo y viajaran por el viento hacia donde quisieran llegar.
Al día siguiente, el elefantito despertó con ganas de ser árbol, y tanto tanto lo deseó que la trompa se le convirtió en una rama llena de hojas. El sol, como cada día, fue corriendo a recordarle que las paredes eran mil, pero el pequeño elefante no le hizo caso y siguió deseando ser árbol.
El sol se enojó, y empezó a quemar más fuerte, sin darse cuenta que su calor secaba las hojas del elefantito… Una brisa enviada por la luna empezó a soplar, y sopló y sopló hasta que el elefantito por completo se desintegró. Las paredes comenzaron a temblar del miedo y el elefante, convertido en hojas de otoño, voló por los aires hasta las praderas. Se recostó hoja por hoja en el pasto y siguió volando hasta el río, donde bebió agua fresca y no estancada.
Voló y voló hasta que lo encontró el cansancio a la sombra de un árbol… cuando despertó, el pequeño elefante no podía creerlo: hoja por hoja lo habían trasladado hasta la pradera que él tanto había anhelado.

Antes cuando todo era nada, nos sentábamos a ver nuestra paz, que rondaba por la niebla desnuda y vacía buscando algo de amor para crear suspiros. Luego las cosas fueron cambiando, la paz se marcho y nos dimos cuenta de cuan acompañados estábamos, nos sonreímos y abrazamos, sentimos nuestra piel. Después aprendimos a caminar y corrimos, nos soltamos el cabello y el viento nos floreció la memoria, dejándonos nostalgia en las huellas. Era la vida la que nos moldeaba, libres y dispuestos al mañana. Pero un día nuestros parpados confundieron al silencio con navajas y llego la guerra, que forjo imperio tras imperio tras imperio, dejándonos milenios de historia ensangrentada. Y una mañana de verano volvió la paz con la tenue brisa del mar dorado. Se quedo un momento perpleja por ver lo que sus ojos le contaban, creyó que no éramos esos que alguna vez fuimos y se fue a buscarnos pensando que lo de antes aun existe.
‎...Esos suspiros ruegan ser creados nuevamente, y tal es el ruego que, se olvidan de ser espontáneos... pero ya no es la paz quien los crea, sino la necesidad de encontrarla. La compañía se volvió rutina, un deber del infinito impuesto por los dioses que celosos le arrancaron lo mágico y la volvieron agonía.
¿Cuanta vida habría de necesitar el hombre para seducir la vida? ¿cuanta esencia necesitaría el alma para saturar los miedos que la reprimían?
Se acababa la vida, escaseando de alma, y el amor furtivo aún más se acobardaba, y se encerraba en la mente de quienes lo encontraban... Ya no puede hallar por si solo al corazón, las navajas siguen siendo espirales en la nada, que se retuercen transformandose en guerras que al amor apagan... Los dioses ya no celan la virtud primaria del ser humano... los dioses ahora temen, y lloran "¿de que pueden ser capaces estos si los dejamos?" mientras las gotas destiñen sus mantos







Llao Navarra, Ayuburí

Su corazón latió una vez más al compás del viento... Era lógico saber que cuando las hojas se levantaban una a una, simultáneamente se despertaban sus sentimientos. Sólo quién pudiera ver y apreciar su alma podría finalmente descifrarlo.
Sus ojos se perdieron siguiendo aquella rama que, hoja a hoja, se alejaba, sin ser capaces de escuchar el susurro detrás suyo de los brotes nuevos que se aproximaban.
El viento susurró, y su madre mientras tanto todo esto observaba. Tiempo atrás había visto volar de la misma forma a su propio corazón, siguiendo la misma bandada; pero en ese momento, lo único que podía hacer era observar el momento en que su hijo revivía en los retoños de esa vida nueva que lo esperaba. Sentada frente a él, pudo ver como se desintegraba su noble corazón sin poder hacer nada: él solo tendría que ver los brotes que se aproximaban. Solo ellos le podrían mostrar su alma.

Los Amantes Inconclusos


¿Y que tal si me animo a pensarte como no debo y a deberte como te pienso sin olvidarme de los presentes que mientras te pienso están ausentes?
seguramente, en algún momento he de pensarlos...
¿Y que tal si al usentarlos me olvido de lo cercano y me acuerdo de lo lejano?
seguramente el sentimiento se iría a dar una vuelta por los cielos, pero ellos estarían más cerca al acercarlos en lo lejano...
¿Y que tal si nos fueramos lejos, cerca de ellos?
Seguramente no querríamos ya vernos... Nos recordaríamos sin quererlo... Y nos desearíamos sin saberlo... justo como ahora, dentro de nuestras mentes y en secreto.

Tengo Algo que Decir




Tengo algo que decir...
No encuentro el momento, pero tengo algo que decir.
No encuentro la fuerza, pero tengo q hacerlo.
Tengo algo que mostrarte...
No encuentro las palabras, pero tengo algo que mostrarte.
No encuentro el coraje, pero tengo que hacerlo.
Tengo algo que aprender.
No encuentro el sentido, pero tengo algo que aprender.
No encuentro el momento, pero lo tengo que hacer.
Tengo algo que ver...
No encuentro el motivo, pero tengo que ver.
No encuentro la razón, pero la se.
Tengo que decirte una palabra.
Tengo que encontrar una razón.
Tengo que aprender a descubrirte.
Tengo que encontrar el momento.
Tengo que fortalecerme...
Creo saber la razón...


Dime que la vida es hermosa, dime que la encuentras de mi mano.
Dime que la vida no es un juego, dime que esperarte no fue en vano.
Dime que hay un cielo allá debajo, dime que hay estrellas en el asfalto.
Dime que te sientes a salvo, no sueltes mi mano.

No me digas nada. No me cortes las alas. No, no me digas nada.

Es curioso ver como dos partes forman tan solo una cosa que puede, a su vez, ser muchas…

¿Y si separáramos a nuestra parte consiente de la inconsciente?
¿Y si tuviéramos la posibilidad de hacer que nuestro cuerpo se divida entre estas partes?
¿Qué pasaría si de golpe nuestro cuerpo se clonara y se llevara consigo a nuestra parte consiente, dejándonos a nuestra parte inconsciente con nuestro cuerpo?

Seguramente, e inconscientemente, nuestro cuerpo se sentiría libre de obligaciones, inhibiciones y preocupaciones, algo de lo que por lo general se ocupa la parte consiente. Expulsaría eructos y pedos a diestra y siniestra, pero no dejaría de respirar (el inconsciente es inconsciente pero no boludo). Amaría sin tapujos y se reiría sin vergüenza. Se animaría a decir y hacer tantas cosas que el consiente siempre le niega… Jugaría con las volteretas que da un mundo patas arriba, mientras dibuja y escurre una sonrisa en la luna. No buscaría escapar, porque ya sería libre…

Pero, ¿que pasaría con nuestra parte consiente sin una parte inconsciente por la cual velar? Iría a trabajar, dormiría ocho horas, cocinaría la ración justa, y a la hora de hacer “nada”, extrañaría sin dudas a su inconsciente.
Tomaría un café con menos cantidad de azúcar y sin ver distraídamente como grano a grano caen dentro de la taza. Revolvería ese café contando cuantas vueltas dio esa cuchara. No pensaría en lo que podría hacer mañana, sino en lo que debe hacer mañana… Lo más triste de todo es que no podría soñar... No podría amar con locura ni sanamente, no reconocería la caricia de un ser amado, y como consecuencia, quedaría aislado. Como es consiente, y esta pendiente de cumplir con todo lo no inconsciente, buscaría la forma de escapar: buscaría a su inconsciente.

Debemos ser consientes de que necesitamos a nuestro inconsciente para estar totalmente consientes. Soñar es necesario, y amar es prioritario. Obligarse a responsabilizarse es vital, pero obligarse a dispersarse es primordial.
Éstas dos partes forman a una: nosotros mismos, “el YO”, pero a su vez, contando con ambas, podemos armar muchas.

LA MÁS LINDA DEL MUNDO





Yo estoy acá todos los días. Nadie me ve. Soy parte de éste lugar y nadie lo sabe.
Me siento pisoteada, usada, desvalorizada, fea, aburrida e ignorada… Pero hoy, por una de esas casualidades de la vida, alguien se detuvo a mirarme. Como siempre, yo creí que se había detenido a mirar otra cosa, pero para mi sorpresa, hizo un gesto con la mano, sonrió, me saludó, y me siguió mirando hasta que lo perdí de vista.
Un par de horas después, lo vi volver con un morral cruzando su hombro. Me tomó entre sus manos y me hizo sentir la más linda del mundo… y mediante caricias de color, afirmo ese sentimiento y se recostó a mi lado mirando el cielo.
Después de un rato, sacó una seda de su morral y me cubrió con ella. Volvió a tomarme entre sus manos, pero ésta vez me depositó en otras, donde al mirar hacia arriba, pude ver la sonrisa más tierna…
En fin: yo me sentía pisoteada, usada, desvalorizada, fea, aburrida e ignorada, y terminé siendo la piedra más linda del mundo.





FIN






Ayuburí, Patricia Zelarayán

Miré de reojo en un principio.

Corrí, y en un instante me sorprendió de frente.

Había llegado. Lo iba a esperar.


Volver a verlo fue un dejabú de ese tierno ayer.

Tan simple como siempre había sido,
con ese brillo tan propio y esa postura tan fiel y correcta.

Miré detalladamente sus movimientos,
y rompí mi corazón sin necesidad de hacerlo.

Volví a correr,
y corrí lo más rápido que mi cuerpo y mente me permitían hacerlo.

Retomé mi camino, mirando por el rabillo del ojo si él seguía ahí,
y para mi gran sorpresa estaba...

Supe entonces que, por mas distancia y tiempo entre nosotros,
con solo mirar de reojo, iba a poder encontrarlo...
porque siempre iba a estar a mi lado.

SI




¿Saldré? ¿Llegarás?
¿Qué voy a hacer?
¿Qué es lo que harás?

¿Llegaré? ¿Saldrás?
¿Qué vas a hacer?
¿Qué es lo que haré?

Llegaste y me fui.
Me fui y te quedaste.
Te quedaste y me dormí.
Te quedaste y me fugué.
Te quedaste y lloré.

¿Qué vas a hacer?
¿Llegaras?
¿Que vas a hacer?

Me arrepentí…

¿Qué voy a hacer?
Voy a escapar
¿Me seguirás?

Me fui.
Te quedas.

¿Qué vas a hacer?
Vas a escapar.
¿Correré detrás?

Muero por encontrarnos.
Muero por odiarnos.

Vivo para encontrarte.
Vivo para amarte.

Vivo. Muero. Llego. Escapo.

Muero, te sigo y vivo.
Te sigo y huyo.
Te sigo y espero.

Así como partió llego. Con veintitantos en la espalda y esos eternos 16 que solo yo siempre seré capas de ver en su mirada. Se acomodo en el lugar de siempre, y supo como hacer para quedarse allí eternamente...