La Mona Jacinta




Eran aun las seis de la tarde, cuando yo estaba ya lista dando vueltas por mi casa tratando de hacer tiempo para que las nueve llegaran lo mas pronto posible… Eran seis y cinco y estaba poniendo a calentar el agua para la segunda pava de mate que sola me había bajado. Miré el celular unas cinco o seis veces por micro segundo para chequear que la hora estaba bien configurada, y tomé tantos mates y fume tantos cigarrillos que mis dientes estaban de un tono amarillo verdoso a las ocho menos cuarto, y tenia la vejiga del tamaño de una piñata, pero no quería ir al baño por las dudas que llamara o viniera y yo justo estuviera en una situación comprometedora… Eran las ocho menos diez, y ya no daba mas de las ganas de hacer pis, así que corriendo con el teléfono inalámbrico en la mano izquierda y el celular en la derecha, después de haber dejado una nota en la puerta que decía “pase directamente”, me fui corriendo al baño y les puedo asegurar que fueron los dos minutos mas aliviantes de mi vida, al menos en ese momento lo fueron.
Llevábamos saliendo dos semanas, y yo ya estaba por declararle mi más sincero y profundo amor frente a Dios y Maria santísima. Me la pasaba de nube en nube cantando y pavoneándome, creyéndome la más grosa del mundo al haber encontrado a “ese candidato tan codiciado”. Aunque me llamara la atención que un chico tan lindo y codiciado no tuviera ya “dueña”, me llenaba de orgullo ser la que había cautivado su corazón. Era la persona mas divina que se había cruzado por mi camino hasta el momento, y después termine descubriendo que cada persona que conocí antes y después también lo había sido. Era más lindo y atento que mi anterior novio, el cual por supuesto antes lo había sido, y da la casualidad que también era más inteligente. Encandilada aun por Omar, seguía estupidizada corriendo de acá para allá, creyéndome el cuento de que era el amor de su vida y que íbamos a estar juntos para siempre, aun cuando el no me había dicho nada de todo lo que en mi cabeza se proyectaba como una película de amor donde la chica se queda con el príncipe, comen perdices y se revientan de golpe todas las flores de las plantas para que ellos gocen de sus pétalos cayendo sobre sus rostros. Eran nueve menos veinte, y yo ya tenia tan alisado el pelo que parecía Morticia de los locos Adams, solo que de tanto correr por la casa de acá para allá, no estaba blanca como ella, sino del color de un tomate cherry (no estaba tan colorada). Nueve menos diecinueve, que nervios! Nueve menos dieciséis, se me saltaron tres minutos porque me distraje viendo la tele… De repente suena el teléfono… Me acerco rápido pero respiro hondo antes de atender, cosa que no se note tanto mi ansiedad… Mientras respiraba por segunda vez, se me cruzo por la cabeza que era el diciéndome que no iba a poder venir porque se le había roto el auto y no me quería hacer caminar, o porque se había quebrado su hermana y lo había dejado cuidando a su sobrinito Manuel y no quería molestarme trayéndolo, y también se me cruzo por la cabeza, que me llamaba para cortar la relación porque recientemente había descubierto que se había enamorado de su mejor amigo y no me podía seguir mintiendo ni haciendo daño. Sonó por tercera vez el teléfono y atendí. No era él, era mi mamá diciéndome que pusiera el canal siete porque estaban pasando el barrio donde vivía yo, y simultáneamente, quería que me asomara a la ventana para ver si aparecía, porque estaban justo por mi cuadra. Estaba tan nerviosa a las nueve menos doce, que le hice caso y me asome. En la vereda de enfrente había un equipo técnico filmando un edificio que al parecer es tan viejo que llama mucho la atención de los turistas, y al lado del equipo, bah, a un par de metros, estaba Omar con la amiga de mi amiga Elena, esa flaquita linda de la que todos hablan, hablando muy, pero muy de cerca. Obviamente que ella era la que se estaba haciendo la sorda para que el se le acerque al oído, si el era tan bueno, impecablemente atento y de buen corazón que no podía llegar a hacerme eso ni en un millón de años luz, momento en el cual, por supuesto, íbamos a estar los dos totalmente descompuestos, a seis metros bajo tierra uno al lado del otro, porque cuando se muriera uno instantáneamente iba a morirse el otro. La zorra se le pegaba al oído como si quisiera sacarle la cera, que por supuesto él no tenia porque era perfecto y pulcro.
De pronto, me empezaron a dar ganitas de matarla… o al menos de romperle todos los dientes y hacerme un collar, y al parecer justo estaban los del equipo de canal siete filmando mi cara de “te mato” porque estaba pensando la mejor forma de deshacerme del cuerpo cuando sonó el teléfono, el cual por supuesto no quería atender porque no me quería perder como la zorra esa intentaba conquistarse a mi mas perfecto compañero. Finalmente atendí, capaz que era el pidiéndome que bajara a sacarle a esa pesada de encima, así que corrí al teléfono, atendiendo justo al tercer llamado. No era él, era mi mamá para decirme que me había visto asomada con cara de culo por canal siete, ¡el canal nacional! Y que justo en estos momentos estaban filmando a una parejita justo enfrente de casa muy enamorados. ¡Bufé de rabia! Y corrí hasta la ventana para ver si era mi Omar el que estaba muy enamorado con la zorra esa. Pero cuando me asome a la ventana, siendo ya las nueve menos tres minutos, Omar y la amiga de mi amiga Elena ya no estaban. Al único que vi fue al novio de la amiga de mi amiga Elena. “Estos dos se fueron juntos y nos están engañando como a un par de boludos” pensé, un chico tan lindo, y tan bueno, siendo engañado de esa manera por un pelotudo como Omar y una zorra como la amiga de mi amiga Elena, ¡no podía ser! Así que lo llame desde la ventana, le dije que subiera a mi departamento. Cuando ya estaba ahí, siendo las nueve menos un minuto, lo agarre del cuello de la camisa y le estampé un besotote en la boca. Estaba usando todo mi despecho y venganza, cuando aparecieron Omar y la amiga de mi amiga Elena. Venían con empanadas y una pizza de la rotisería de enfrente, un vino y unas papas fritas. Omar me miro con ganas de matar. La amiga de mi amiga Elena me miro con ganas de fulminar, y el novio de la amiga de mi amiga Elena me miro como juzgándome de loca. Trate de salir de esa situación tan incomoda y bochornosa, pero no pude. Me sentía como la rubia de la llamada dos, cuando trata de escaparse del espíritu de la niña trepando por dentro de ese pozo de agua, lo único que yo no podía encontrar la tapa para escapar tranquila, y con la manicura recién hecha se me dificultaba para poder trepar bien. Nueve y seis minutos, todavía nadie dijo nada, y estoy comiendo unas empanadas buenísimas como si fueran confites de anís (los cuales ni mastico porque los detesto). ¡No puedo mirar a nadie a la cara! Y todavía no se que es lo que estaban haciendo ellos dos en la vereda de enfrente solos.
Omar me sirve vino, y yo busco que me mire para darle lastima al menos, pero nada, sigue sirviendo vino al resto. Miro a la amiga de mi amiga Elena a ver si al menos se le da por tener ganas de sentir como se siente estar en mi lugar, pero nada, esta muy concentrada en sus aceitunas y anchoas como para siquiera mirarme. Miro al novio de la amiga de mi amiga Elena para ver como podemos hacer para zafar y salir hechos de la situación sin dañar a nadie, pero al encontrar su mirada me doy cuenta que no podía contar con él en esas circunstancias, dado que su mirada fulminante me decía que me iba a mandar al muere ni bien abriera la boca… Estaba entre la espada y la pared, y en un arranque de heroísmo quise empezar a hablar… “Omar” dije con voz muy firme, “necesito hablar con vos en la cocina y a solas”. Él asintió con la cabeza, se incorporo y camino sin decir una sola palabra hacia la cocina. Estaba tan nerviosa que me hacía la seria y a la vez víctima mejor que nunca. Llegamos a la cocina; Omar estaba sentado sobre la mesada jugando con las hojas de laurel, y olfateándolas de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha. Después de juntar coraje, estaba a punto de hablar cuando él se me acercó y me dijo al oído “la verdad que no pensaba que me ibas a ganar de mano de esa forma”. ¡No sabia que pensar! ¿Me estaba sacando en cara que yo le había sido infiel antes que el me fuera infiel a mi? ¿Como era la cosa? ¿Si él me metía los cuernos primero hubiese estado todo bien?
“¿Qué me estas queriendo decir con eso Omar?”
“Eso mismo”me dijo “que me ganaste de mano, ¿te acordás cuando nos conocimos?” ¡Y todavía me preguntaba! Estaba tan feliz esa noche volviendo del pub, y no era precisamente porque había habido un “happy hour” de Gancia batido, sino porque lo había conocido a… Él. Después de pensar en ese hermoso momento que tantas sensaciones me hizo vivir, le respondí que si, y lo que él dijo es algo que no me lo voy a olvidar en mi vida: “¿te acordás que habíamos hablado de eso de las relaciones libres?” detalle que por supuesto había tomado como un supuesto machismo de su parte y al que no le había prestado atención “bueno, entre otras cosas, eso de las relaciones libres incluye poder estar con otras personas, pero yo no quería serte infiel, así que invite a los chicos a que estuvieran junto a nosotros esta noche, no hace falta que tengamos sexo esta, nuestra primera noche juntos como cuarteto, pero podemos ir yendo despacio para que no te sientas invadida así de golpe”. Mi cara lo debe haber dicho todo, aunque no se si fue tanto mi cara como mi reacción y la palidez de mi rostro. Caí en la cuenta de que por algo el novio de la amiga de mi amiga Elena había accedido tan cordialmente a subir tan rápido a mi departamento. Caí en la cuenta de que por algo estaban hablando tan de cerca la amiga de mi amiga Elena con Omar, ¡estaban arreglando todo! Caí en la cuenta de varias cosas, pero con lo que mas caí fue con eso de que igual pasaron los tres a casa después del bochorno que me mandé, creyeron que yo no tenía ningún problema en hacer eso, por mi recibimiento hacia el novio de la amiga de mi amiga Elena, ¡Claro! ¡Ahora entendía todo! Y no es que tuviera problema, si se hubiera dado lo hubiese hecho, y hoy en día, con la soledad y falta de hombres que tengo en la vida no me hubiese venido nada mal, hasta la compañía de un perro me haría muy bien, pero en ese momento mi reacción no podía pasar de un berrinche estilo adolescente. Empecé prendiéndome un pucho y saliendo en silencio con cara de loca del departamento, teniendo como punto fijo la puerta. Me di vuelta lentamente al llegar y los miré a los tres mirándome, y las imágenes que se formaron en mi cabeza en esos momentos fueron la de perros en celo, ellos teniendo relaciones sexuales vestidos de marineros, y un ventilador de pie al lado que hacia bailar sus volados. Fueron no se cuantos minutos los que me quede observando esa escena que mi imaginación creaba. De repente pestañeé y los vi tomando vino y charlando muy melosos. Les dije si no querían ir a dar una vuelta antes de hacer cualquier cosa, y ni bien salieron me encerré en el departamento a llorar a moco suelto. Me sentía usada y maltratada, pero sobre todo me sentía una estúpida al haber desconfiado, después intentado hacerme la victima y finalmente haberme dado cuenta de que mi perfecto era perfecto pero no de la forma en que lo veía, sino en su forma perfecta de ser él, así como también yo tengo mi forma perfecta de ser yo, y cada uno tiene la suya propia. Pero en ese momento no lo entendí así. En ese momento lo único que hice fue llorar y sentirme mal.

Omar llamo durante un par de días, y yo por miedo a que intente hacer lo mismo de vuelta no quise atenderlo más, y al parecer se dio cuenta porque no volvió a llamar y al poco tiempo lo vi caminando de la mano con una amiga de la amiga de mi amiga Elena. Debían entenderse más que nosotros lo hacíamos cuando éramos pareja. Nunca voy a olvidar a Omar, eso seguro, y cada tanto marco en el teléfono su número telefónico con un toque de nostalgia, pero enseguida cuelgo, miro por la ventana, respiro hondo y salgo al trabajo como si nada hubiera pasado.

Es un dolor que llevo con cada relación pasada, con cada relación terminada, y no terminada por cuestiones de mi cabeza y de mis mañas. Pero es un dolor sano, un dolor que me enseña que hay algo más allá y que nadie puede ser idealizado de la forma en la que lo hago. Y me dedico a aprender de ellos, de mis Omares cada vez mas prefectos, y de las amigas de mi amiga Elena cada vez mas lindas y envidiables, que no necesariamente son amigas de ella, pero están en la misma postura de la amiga de mi amiga Elena, que por estar enceguecida por los celos del momento, es el día de hoy que ni se como se llama.

La mona Jacinta se ha puesto una cinta, se peina se peina y quiere ser reina, ay no te rías de sus monerías.

Griselda Luna y sus Aceitunas



Griselda es de esas chicas que se la pasan buscando seres perfectos para no estar rodeada de mediocres. De esas chicas que al pasar por al lado de un kiosco, mira de reojo por si la ha mirado alguien. Griselda Luna es tan exquisita, que si un hombre se acerca si o si tiene que encandilarla con su labia y su cultura, sino se espanta de solo ver que lo único positivo que tiene son sus ojos color aceituna. Y es que es así: ella solo debe fijarse en hombres con color de ojos verde aceituna, y no es de capricho, sino por mala suerte, ya que cada vez que estuvo con un hombre con otro color de ojos, nunca le resulto. Con el de ojos color café, llegaron a la segunda cita y cuando estaba por considerarlo un buen partido, cayó en la cuenta que le habían caído mal las lentejas. Con el de ojos color miel, no llegó ni a la segunda cita, ya que cuando estaba por subir al auto para dar una vuelta, le salto un rottweiler del asiento de atrás con ganas de masticarla viva. Con el de ojos color del tiempo, se sentía confundida, no podía entender su mirada, ya que cada día que pasaba tenia un color distinto de ojos y eso la hacia sentir invadida. Así fue pasando su vida en el plano amoroso, y llego un punto en el que decidió que tenia que ver con el color de ojos; fue en ese momento, que se dio cuenta que solote faltaba conocer a un hombre ojos color de aceituna. Buscó y busco incansablemente durante años, y cada vez que encontraba alguno con ojos de otro color, si no era rechazado, le hacia poner lentes de contacto. Pero había algo que Griselda no entendía: ¿Como era que todavía no encontraba a nadie con ese color de ojos?

Un día, mientras realizaba las compras, Griselda se encontró con una vieja amiga de la infancia, a quien curiosamente, nunca se había detenido a verle los ojos, y en esta ocasión, tampoco lo hizo. La charla comenzó a fluir en el supermercado, y había surgido la propuesta de seguirla esa misma noche en la cena, la cual iba a ser perfectamente preparada por Griselda, Griselda Luna, la experta.

Nuevamente, la charla después de unos vinos, minuciosamente elegidos por Griselda, volvió a reanudarse. Fue ahí, cuando en medio de risas, a Griselda se le ocurrió contarle su gran pesar a su vieja amiga. Cuando finalmente llegó al punto al que le interesaba llegar, hubo una pausa demasiado inquietante: su amiga de la infancia, aquella que tan amiga había sido en las buenas y en las malas, como por reflejo le respondió a su “no encuentro a nadie con ojos color verde aceituna”, que ella tenia los ojos de ese color… Griselda se sentía escandalizada, ¡imagínense el bochorno que resultaría de un rejunte así! Bochornoso, ese era el único calificativo que ella le encontraba a una relación no heterosexual, pero desgraciadamente, y pese a sus formas de pensar, había llegado a este punto. Sólo una persona se había cruzado en su vida que tenia los ojos color verde aceituna, y resultaba ser una mujer, que a su vez era una vieja amiga de la infancia. Griselda debía decidir: cortar con sus prejuicios y, o intentarlo con su amiga, o cortar con esa estupidez de tener que conocer a una persona con ojos de color verde aceituna para que resulte. Ni siquiera se puso a pensar si su amiga podía llegar a ser tampoco esa persona, lo único que la convencía de que pudiera llegar a serlo, era su indiscutible color de ojos: verde aceituna.
La pausa se volvía aun mas inquietante, cuando, al seguir la charla, su amiga le comentó que recientemente había terminado una relación de unos cinco años, punto en el cual, Griselda supuso que su amiga estaba queriendo rondar el tema para acercársele desde un punto sexual. Griselda había entrado en pánico. No podía dejar de mirar esos ojos verde aceituna. No podía, simplemente no podía dejar de pensar en que toda su vida había estado buscando ese color y ya lo había encontrado. Qué hacer, era el dilema en ese momento... De repente, como caída del cielo llego la solución a su “problema”. Iría al frente con todo esto, y saldría airosa. “Mirá, lo que esta pasando acá no es la situación mas cómoda de mi vida, debo decirte, pero como no me queda otra, vamos a tener que hacer que esto sea lo mas rápido posible hasta que nos encontremos con la respuesta correcta a todo este asunto”. Su amiga quedó como turco en la neblina, como perro en cancha de bochas, como Adán en el día de la madre: ¡no entendía nada! “perdón Gri, pero no entendí que es lo que me quisiste decir, tenia entendido que la charla se trataba de contarle a la otra su vida y escuchar el relato de la otra, ¿que es lo que querés decir con eso de que “lo que esta pasando acá no es la situación mas cómoda de mi vida”?”
Griselda ya estaba en una de esas situaciones donde es mejor entrar por la puerta de atrás para evitar que te vean con ese corte ridículo de pelo que trataste de esconder tras unas extensiones. Y no había escapatoria. Si su amiga era como ella, nunca iba a perdonarle que haya llegado a pensar cosa semejante de ella, pero si a su vez era como ella, iba a darse cuenta si llegaba a mentirle, así que si o si debía arriesgarse y decirle a su amiga que pensamiento ridículo se había cruzado por su cabezota minutos antes para llegar al punto de decirle eso.
“bueno, mirá, lo que pasa es que como sos la única persona con ojos color verde aceituna que me cruce en mi vida, supuse que vos querías tener una… una… ¡una relación amorosa conmigo! Pero hasta donde mi prejuicio me ha llevado, jamás podría llegar a estar con vos, como tampoco podría dejarte pasar” Nuevamente, su amiga quedó como perro en cancha de bochas, como turco en la neblina y como prostituta de alma en un convento. “¿Vos me estás queriendo decir que me trajiste hasta acá esta noche para hacerme esta propuesta? ¡Vos indudablemente no escuchaste ni media palabra de todo lo que te conté! Estoy hecha un escracho desde que rompí con mi novia, ¿y vos todavía querés que yo empiece una nueva relación hoy con vos?” y cerrando un portazo se fue. Griselda no sabía como tomarlo. Los del barrio de aquella época en la que eran tan amigas de pequeñas comenzarían con los murmullos y comentarios ya conocidos, como “ya se veía venir” “yo sabia que esa chica Luna tenia algo raro”y muchos más. Pero a Griselda eso no fue lo que la dejó con el sentimiento raro, no, no fue eso. Lo que la dejo pensando fue lo que su amiga había dicho: “Vos indudablemente no escuchaste ni media palabra de todo lo que te conté”, y era esa la clave. Griselda descubrió entonces que no era que necesitaba a una persona de ojos color verde aceituna para ser feliz, sino, para dejar de pensar exclusivamente en ella y en su perfección inmaculada. Necesitaba escuchar al resto para poder llegar a una relación, y no basarse en sus prejuicios.
Es el día de hoy que Griselda todavía no encuentra su media naranja, pero si de algo esta segura, es de haber encontrado sus aceitunas.

El Compromiso del Cerdo


Sabiendo las consecuencias, se largó a correr. Tenía la costumbre de fumarse la vida y esfumarse. Cumplió la condena de ser uno más, como si nada, y aunque no fuera lo que quería, se largó a brillar.

Tenía veintisiete lunas llenas sobre esa tierra, pero muchas más sobre el suelo, y otras tantas por vivir en el tintero. Rompió las costumbres de quedarse quieto y se largó a correr. Conocía su meta, pero más conocía el camino que debía recorrer para alcanzarla. Conocía el camino, pero… ¿iba a caminarlo?

Pereza, culpa, insatisfacción, locura, muerte, pero sobre todo esperanza puesta en él.

Corrió hacia el abismo, pero este no permitió que se caiga. Suerte es todo lo que no creía tener, pero al final era lo único que lo salvaba y le sobraba.

“¿Qué vas a hacer ahora” preguntaba su madre “ya tenés que abrirte camino solo, ¿qué pensás hacer ahora? Él, después de fruncir un poco el entrecejo, morderse el labio por dentro y hacerse sonar los dedos, se desperezaba y respondía “nada”.

Inés ya estaba cansada. Una vida llena de privaciones para que aquel hijo al que le había dado todo, le respondiera simple y relajadamente… NADA.

“Nada” una palabra tan vacía que desesperaba. En el fondo, Inés no hacía otra cosa más que convencerse de que su hijo no iba a hacer “nada”, y cultivaba esa esperanza como quien no teme a la muerte, a pesar de que cada vez que llegaba a su casa, se encontraba siempre con la misma escena: su hijo, rendido sobre la mesa, con un cigarro consumido por el aire y el televisor encendido sin señal. Después de reanimarlo y apagar la televisión, procedía a hacer la misma pregunta: “¿qué vas a hacer ahora?” y él, después de desperezarse, contestaba “nada”.

Inés había llegado al punto de creer que su hijo no sabia decir otra palabra mas que esa, y se culpaba por estar todo el tiempo trabajando durante la mejor etapa de su vida, donde podría haberle enseñado mas cosas a su in entendible hijo; trabajaba todo el día, y cada noche, al llegar a su casa, hacia la misma pregunta, obteniendo la misma respuesta, que, sin darse cuenta, la iba matando de a poco.

Continuó con su rutina y con su frustración, como si nada. Sin querer, un día el destino dando un giro inesperado, le dio una sorpresa y Nico dejo de responderle “nada”.

Llegó a su casa, como otras tantas veces, rendida y con el sonido de la maquina de coser aun en sus oídos. Abrió la puerta y, para su sorpresa, Nico no estaba sentado a la mesa haciendo “nada”. ¡Ni siquiera estaba en la casa!

Lo buscó por toda la casa, desesperada, pensando por un lado que su hijo había decidido de una vez dejar de hacer nada, y por otro, que este había podido ser victima de un asalto extraterrestre para estudiar su tan impactante comportamiento, ya que reiteradas veces habían irrumpido en la casa delincuentes, que, al ver que Nico hacía “nada”, se compadecían de esa pobre madre, y ordenaban, limpiaban y hasta dejaban dinero. El impacto de ver a Nico haciendo “nada” era tal, que cada delincuente que entraba a esa casa, comenzaba a devolver las cosas robadas y, simultáneamente, empezaba a trabajar, estudiar y perfeccionarse. En la calle después de estos reiterados acontecimientos, Inés se cruzaba con los familiares de los delincuentes, que la llenaban de besos y agradecimientos de todo tipo, convirtiendo así a Nico en casi un Dios.

Después de buscar incansablemente a su hijo, Inés se sentó a rezar por su bien estar, y a rogar que estuviera bien, sea donde fuera que estuviera su hijo.

Cuatro horas después llego Nico. Estaba impecable. Estaba como siempre lo había soñado: haciendo algo. La miró directo a los ojos y le dijo: “mamá, ¿vamos a dar una vuelta? Tengo que contarte algo”. ¡Inés no lo podía creer! Su hijo no solo había hacho algo, sino que también le había dicho algo que no era la palabra “nada”. Aceptó, pero dura de impresión y alegría.

Luego de caminar dos cuadras, Nico empezó a hablar: “mamá, lo que tenía que comentarte… Bueno, es algo que no se como lo vas a tomar, pero creo que nos va a hacer bien…” Inés, dura de emoción, lo miro expectante. Y Nico siguió hablando. “Todo este tiempo que hice “nada”, estuve pensando, y me di cuenta que tengo que hacer algo” Inés como hipnotizada, asentaba con la cabeza con los ojos desorbitados. “Lo que tengo que hacer”, prosiguió Nico, “es salir de casa…” Abrazó a su madre y luego le dijo “te amo mamá, me voy de casa”.

Durante ese tiempo, Nico había observado atentamente absolutamente todo. Así fue que una vez que se puso en acción, no lo pudo parar nadie.

Era el mejor negociando y regateando precios, y así, en muy poco tiempo, consiguió hacer de él un hombre con casa, auto y secretarios, haciendo prácticamente… NADA.

Miles de personas acudían a él a diario para descubrir la clave de su éxito, y se sorprendían tanto como Inés cuando él les respondía simplemente: NADA. “¿¡NADA!?” preguntaban sin entender y atónitos quienes recibían la respuesta de Nico, y Nico, agarrándose el mentón, respondía relajadamente “mmmm… si, NADA”.

Como dije al principio, conocía perfectamente su meta, pero más conocía el camino que debía recorrer para alcanzarla, y lo hizo, pero al camino aún lo estaba caminando.

Cierto día de Febrero, Nico decidió dejar de hacer su nueva “nada”, y se fue de viaje por el mundo. Sin hacer ni una valija, ni vianda, salio caminando hacia la ruta solo con su suerte, como había hecho para llegar hasta ahí. Comenzaba su nueva nada, y sentía más curiosidad que nunca por ver los resultados. Iba camino a no hacer nada nuevamente, cuando en medio del camino se encontró con otra persona que estaba haciendo exactamente lo mismo que él había estado haciendo toda su vida, y para su asombro, se deprimió de solo ver a esa persona hacer eso, no sintió ningún tipo de satisfacción al verse reflejado en ese ser, ni tampoco se sintió alagado. No entendía como una persona podía estar viviendo en esas condiciones, y en seguida intentó ayudarlo. Al igual que hacían los delincuentes cuando irrumpían en su casa, intento animarlo primero, luego reanimarlo, y finalmente cayo rendido a llorar sobre ese individuo como si se tratara de un muerto en vida. Nunca creyó que esto le ocurriría a él, a “él”, que tan sabio se creía por haber conseguido “tanto” por “nada”. A “él”, que sin mover un músculo había llegado a la cima mas alta y mas difícil.

Era tal la desesperación que le agarro a Nico que termino buscando asilo en los brazos de Inés, quien casualmente lo estaba esperando. Le contó lo que le había pasado, y lo que había sentido después de ver a ese sujeto que se había cruzado por su camino. Desesperado, le pregunto que era lo que podía hacer al respecto. Inés lo miro a los ojos, y susurrando en su oído le contesto: “Nada”.