El Compromiso del Cerdo


Sabiendo las consecuencias, se largó a correr. Tenía la costumbre de fumarse la vida y esfumarse. Cumplió la condena de ser uno más, como si nada, y aunque no fuera lo que quería, se largó a brillar.

Tenía veintisiete lunas llenas sobre esa tierra, pero muchas más sobre el suelo, y otras tantas por vivir en el tintero. Rompió las costumbres de quedarse quieto y se largó a correr. Conocía su meta, pero más conocía el camino que debía recorrer para alcanzarla. Conocía el camino, pero… ¿iba a caminarlo?

Pereza, culpa, insatisfacción, locura, muerte, pero sobre todo esperanza puesta en él.

Corrió hacia el abismo, pero este no permitió que se caiga. Suerte es todo lo que no creía tener, pero al final era lo único que lo salvaba y le sobraba.

“¿Qué vas a hacer ahora” preguntaba su madre “ya tenés que abrirte camino solo, ¿qué pensás hacer ahora? Él, después de fruncir un poco el entrecejo, morderse el labio por dentro y hacerse sonar los dedos, se desperezaba y respondía “nada”.

Inés ya estaba cansada. Una vida llena de privaciones para que aquel hijo al que le había dado todo, le respondiera simple y relajadamente… NADA.

“Nada” una palabra tan vacía que desesperaba. En el fondo, Inés no hacía otra cosa más que convencerse de que su hijo no iba a hacer “nada”, y cultivaba esa esperanza como quien no teme a la muerte, a pesar de que cada vez que llegaba a su casa, se encontraba siempre con la misma escena: su hijo, rendido sobre la mesa, con un cigarro consumido por el aire y el televisor encendido sin señal. Después de reanimarlo y apagar la televisión, procedía a hacer la misma pregunta: “¿qué vas a hacer ahora?” y él, después de desperezarse, contestaba “nada”.

Inés había llegado al punto de creer que su hijo no sabia decir otra palabra mas que esa, y se culpaba por estar todo el tiempo trabajando durante la mejor etapa de su vida, donde podría haberle enseñado mas cosas a su in entendible hijo; trabajaba todo el día, y cada noche, al llegar a su casa, hacia la misma pregunta, obteniendo la misma respuesta, que, sin darse cuenta, la iba matando de a poco.

Continuó con su rutina y con su frustración, como si nada. Sin querer, un día el destino dando un giro inesperado, le dio una sorpresa y Nico dejo de responderle “nada”.

Llegó a su casa, como otras tantas veces, rendida y con el sonido de la maquina de coser aun en sus oídos. Abrió la puerta y, para su sorpresa, Nico no estaba sentado a la mesa haciendo “nada”. ¡Ni siquiera estaba en la casa!

Lo buscó por toda la casa, desesperada, pensando por un lado que su hijo había decidido de una vez dejar de hacer nada, y por otro, que este había podido ser victima de un asalto extraterrestre para estudiar su tan impactante comportamiento, ya que reiteradas veces habían irrumpido en la casa delincuentes, que, al ver que Nico hacía “nada”, se compadecían de esa pobre madre, y ordenaban, limpiaban y hasta dejaban dinero. El impacto de ver a Nico haciendo “nada” era tal, que cada delincuente que entraba a esa casa, comenzaba a devolver las cosas robadas y, simultáneamente, empezaba a trabajar, estudiar y perfeccionarse. En la calle después de estos reiterados acontecimientos, Inés se cruzaba con los familiares de los delincuentes, que la llenaban de besos y agradecimientos de todo tipo, convirtiendo así a Nico en casi un Dios.

Después de buscar incansablemente a su hijo, Inés se sentó a rezar por su bien estar, y a rogar que estuviera bien, sea donde fuera que estuviera su hijo.

Cuatro horas después llego Nico. Estaba impecable. Estaba como siempre lo había soñado: haciendo algo. La miró directo a los ojos y le dijo: “mamá, ¿vamos a dar una vuelta? Tengo que contarte algo”. ¡Inés no lo podía creer! Su hijo no solo había hacho algo, sino que también le había dicho algo que no era la palabra “nada”. Aceptó, pero dura de impresión y alegría.

Luego de caminar dos cuadras, Nico empezó a hablar: “mamá, lo que tenía que comentarte… Bueno, es algo que no se como lo vas a tomar, pero creo que nos va a hacer bien…” Inés, dura de emoción, lo miro expectante. Y Nico siguió hablando. “Todo este tiempo que hice “nada”, estuve pensando, y me di cuenta que tengo que hacer algo” Inés como hipnotizada, asentaba con la cabeza con los ojos desorbitados. “Lo que tengo que hacer”, prosiguió Nico, “es salir de casa…” Abrazó a su madre y luego le dijo “te amo mamá, me voy de casa”.

Durante ese tiempo, Nico había observado atentamente absolutamente todo. Así fue que una vez que se puso en acción, no lo pudo parar nadie.

Era el mejor negociando y regateando precios, y así, en muy poco tiempo, consiguió hacer de él un hombre con casa, auto y secretarios, haciendo prácticamente… NADA.

Miles de personas acudían a él a diario para descubrir la clave de su éxito, y se sorprendían tanto como Inés cuando él les respondía simplemente: NADA. “¿¡NADA!?” preguntaban sin entender y atónitos quienes recibían la respuesta de Nico, y Nico, agarrándose el mentón, respondía relajadamente “mmmm… si, NADA”.

Como dije al principio, conocía perfectamente su meta, pero más conocía el camino que debía recorrer para alcanzarla, y lo hizo, pero al camino aún lo estaba caminando.

Cierto día de Febrero, Nico decidió dejar de hacer su nueva “nada”, y se fue de viaje por el mundo. Sin hacer ni una valija, ni vianda, salio caminando hacia la ruta solo con su suerte, como había hecho para llegar hasta ahí. Comenzaba su nueva nada, y sentía más curiosidad que nunca por ver los resultados. Iba camino a no hacer nada nuevamente, cuando en medio del camino se encontró con otra persona que estaba haciendo exactamente lo mismo que él había estado haciendo toda su vida, y para su asombro, se deprimió de solo ver a esa persona hacer eso, no sintió ningún tipo de satisfacción al verse reflejado en ese ser, ni tampoco se sintió alagado. No entendía como una persona podía estar viviendo en esas condiciones, y en seguida intentó ayudarlo. Al igual que hacían los delincuentes cuando irrumpían en su casa, intento animarlo primero, luego reanimarlo, y finalmente cayo rendido a llorar sobre ese individuo como si se tratara de un muerto en vida. Nunca creyó que esto le ocurriría a él, a “él”, que tan sabio se creía por haber conseguido “tanto” por “nada”. A “él”, que sin mover un músculo había llegado a la cima mas alta y mas difícil.

Era tal la desesperación que le agarro a Nico que termino buscando asilo en los brazos de Inés, quien casualmente lo estaba esperando. Le contó lo que le había pasado, y lo que había sentido después de ver a ese sujeto que se había cruzado por su camino. Desesperado, le pregunto que era lo que podía hacer al respecto. Inés lo miro a los ojos, y susurrando en su oído le contesto: “Nada”.

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