22/01/10, 2:00 a.m. (El Miedo)


Creando el monstruo de sus pesadillas, se creyó la historia de su insurrección mientras éste emergía con gracia dentro de su supuesto logro de fascinación. Casi sin terminarlo, lo largó a correr sin prisa sobre el subsuelo de su mente, mientras aplazaba a sus miedos lentamente devorados por las ansias de tajarlos impunemente entre las tinieblas. Una vez hecho esto, el monstruo comenzó a bailotear su holgada danza de superioridad frente a él. Lo miró desafiante a los ojos. Lo espero expectante desde el centro de sus más sedientos deseos, creciendo y decreciendo con una imantada posibilidad de atracción infalible.
Su presa ya estaba hipnotizada. Sus garras ya estaban al acecho, y su vigorosa mirada yacía dentro de los ojos de su creador. Comenzó a bajar milímetro a milímetro dentro de ese cuerpo desde sus cerrados ojos, observando sin prisa los estrechos pasadizos que plegaban la piel de tan bella victima. Corrió tras cada gota de sudor que cubría ese inmenso cuerpo, y hasta que no llegó hasta la última Terminal nerviosa de su creador no se venció. Jugó con ellas, intercalándolas, manipulándolas, agasajándolas de tal manera que los temores de aquel que le hubiera abierto las puertas, no pudieran sacarlo del trance.
El entusiasmo del monstruo se volvía cada vez más orgásmico, cada vez más enfermizamente romántico.
Las palpitaciones subieron, las convulsiones de ese cuerpo comenzaron a surgir a borbotones y, si bien el monstruo estaba llegando a su objetivo, se aburrió y prefirió dejarlo para otro momento.
Buscó rápidamente el rostro de su victima, escapando por su boca en forma de grito y sollozo, dejando a su estela la apertura de unos ojos lagrimosos abiertos como platos, un corazón dispuesto a salir disparado y un mensaje en el fondo de esa mente que decia: Volveré… Sólo cuando sea necesario.

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